-Nene, trae p'acá la bombilla.
-No se puede, padre. No da el cordón.
-Ya. Que teníamos que haberlo puesto más largo.
-¡Ya se lo dije!
-Hmm... Pues vete encendiendo el candil y me lo traes.
-Voy, papa.
-¡Neneee!
-¡¿Qué quiere, madreee?!
-¡Que me traigas la bombilla, que voy a hacer la cena!
-¡Voy, mama! Y me llevo el candil, que padre lo necesita.
-Pues no te lo lleves muy lejos, que vete a saber la luz que dará hoy la bombilla.
Diálogos como el anterior no debieron ser muy raros en algunos lugares de la Cantabria rural, en algún tempo de la primera mitad del siglo XX, e incluso de más acá. Cuando "la luz" estaba por llegar a muchos pueblos y a algunos otros había llegado de forma precaria gracias a pequeñas centrales hidroeléctricas. Y mientras esto ocurría, los viejos molinos harineros iban decayendo, después de una venerable historia que había durado muchos siglos. Aunque no haya relación directa entre ambos hechos, lo cierto es que esa coincidencia en el tiempo dio lugar a casos curiosos como los que, a modo de ejemplo, trataremos a continuación.

La pequeña central hidroeléctrica de Riaño, en la Hermandad de Campoo de Suso, no deja de tener aspecto de molino. Y no es extraño; al fin y al cabo, lo que hace falta es que el movimiento del agua haga girar un eje: el de las piedras, en un molino, o el que, mediante engranajes, haga girar a la velocidad adecuada el rotor de una dinamo o de un alternador. La electricidad generada "salía" por los cables (a través de los aisladores circulares de vidrio que pueden verse justo debajo del alero),y por entonces daba "luz" a varios pueblos de su entorno: Abiada y la Hoz, Villar, Entrambasaguas... "Cada casa tenía una bombilla, y a veces lucía muy poco, pero no éramos menos felices que ahora", nos dicen. Es de suponer que la distribución de baja tensión a distancias relativamente grandes haría que el voltaje real fuese con frecuencia menor que el nominal; y cuando, al anochecer, en cada casa se encendía la bombilla, a lo mejor no había bastante "fluído" para todos...

La presa de la central hidroeléctrica de Riaño también se parece a las de los molinos tradicionales.
"La Deseada", que es ahora "fábrica de luz" de Ruente, en el Río de La Fuentona, tiene en su fachada las señales que deja una larga historia; ahora es una central hidroeléctrica conectada a la red general; pero antes de ser "La Deseada" fue molino harinero.
Aparte del arco más visible en la fachada, y de otro, más pequeño, dentro de él, pueden verse, junto a las esquinas, los sillares del arranque de un arco mucho mayor, de una "vida" anterior, cuando era molino. Hemos hablado de ello más extensamente en una "entrada" anterior:
La gestión del agua
La Cabroja, en Cabezón de la Sal; que fue molino, y más tarde central hidroeléctrica.


Diferente es el caso de los molinos hidráulicos que se convierten en eléctricos; es decir, que pasan de que sus piedras sean movidas por el agua a ser movidas por motores eléctricos cuya energía proviene, a su vez, de centrales hidroeléctricas. Desde el punto de vista de la física resulta un contrasentido, porque en cada transformación (de energía mecánica a eléctrica, y nuevamente a mecánica) se pierde eficiencia; pero se trata más bien de una cuestión de oportunidad: a una compañía hidroeléctrica le conviene gestionar toda el agua de una cuenca, y para conseguirlo compra las concesiones de agua que tenían los molinos, y el pago se produce en especie: energía eléctrica. Fue el caso en varios molinos de la cuenca del Nansa, como, por ejemplo,el de Rábago, (que tratamos en la entrada 035):
https://molinosdecantabria.blogspot.com/2025/01/035-los-molinos-del-nansa-9-rabago.html. Y también ocurrió en otras cuencas, como, por ejemplo, la del Asón.

Y he aquí un caso verdaderamente singular: el Molino de San Antonio, en Cueto (Santander). Entre 1951 y 1956 molió con sus grandes piedras el maíz de los vecinos de Cueto, y también de Monte y San Román, según recoge Matilde Camus en su libro "Historia del Lugar de Cueto". Funcionaba con electricidad, y nunca antes había sido molino. Matilde Camus lo situa en el número 202 del Barrio de Bellavista, que es hoy el 35 de la calle Inés Diego de Noval.
Parientes del molinero, que nos han acogido amablemente, nos dicen que los azulejos que podemos ver en la fachada son los que siempre hubo, aunque los cambiaron de lugar al remodelar una ventana. También nos dicen que ya no queda nada de la maquinaria.
Con este molino de viento esgrafiado en la pared lateral que da al huerto han querido recordar que esta casa, que parece una más entre muchas, fue el molino de Cueto cuando los vecinos del entorno rural de Santander seguían cultivando y consumiendo su propio maíz, pero ya eran historia antigua los molinos de agua del barrio de Fumoril y los de viento que hubo en Los Molinucos, junto a Cabo Menor,
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