-¿Sabes, Catalina? Estuvo en el molino el forastero ese que anda por el pueblo preguntando.
-¿Y te preguntó?
-Pues que cómo se llamaba cada cosa. Las muelas, y la tolva, y todo eso. Hasta por el ventano preguntó.
-¿Y le dejaste contento?
-Casi. Que cómo se llamaban la rueda de abajo y de arriba, y le dije que así: de abajo y de arriba.
-¡Pero qué tocho eres, Manuel! ¿Cómo no van a tener nombre? Y más de uno: la solera, la bajera. Y la volandera...
-La volandera sí que lo tenía oído, pero me pensaba que era un nombre como de risa, pa'entre nosotros. ¡Como con la de abajo y de arriba nos entendíamos...!
-¡Pa'que nos entendieras lo decíamos así! ¿Y qué más tochadas le dijiste?
-Pos alguna más le diría, ¿qué sé yo? Que cómo se llamaba el tambor, quería saber.
-Pos tambor le dirías, claro.
-Le dije que no se llamaba nada. ¿O sea que lo de tambor también iba en serio?
-¡Me valga San Pedro, pero con quien m'he casao yo!
-Pos con uno que de molinería no sabía más que cargar sacos, y poco más voy sabiendo, por lo que se ve.
-¡Calla, calla, que me haces reír! Si habría hablao con padre...
-O contigo, mismamente.
-Pos mira, eso tiene arreglo. ¿Y es guapo?
-Ya salió la molinera refitolera.
-Calla, tonto, y dame un abrazo, que nadie nos ve.
El diálogo anterior es imaginario, claro, pero puede que corresponda a una realidad bastante extendida.
Esto cuenta el etnolingüista Ángel R. Fernández González en su tesis doctoral "El habla y la cultura popular de Oseja de Sajambre", de 1957, cuando todavía quedaban muchos molinos funcionando por toda España; y aunque Sajambre no es Cantabria, puede suponerse que por aquí la cosa no sería muy diferente. Para empezar, porque el oficio de molinero no siempre era de los que pasaban de padres a hijos, ya que muchos molinos funcionaban en régimen de arriendo o de aparcería. Además, coexistían molinos con diferente grado de tecnificación: entre la maquinaria de un molinuco y la de un molino de turbinas la diferencia era bastante sustancial, y también, por tanto, el léxico correspondiente. Y si añadimos que, como en cualquier otro aspecto de la vida, el habla tiene peculiaridades locales, se entiende que en una actividad casi desaparecida, como es la molinería, cualquier intento de rescatar y sistematizar el léxico es labor imposible, o casi. En otras palabras: la tradición oral es casi inexistente, y el léxico que empleamos nos llega más que nada de lo que otros han escrito. Así que no intentaremos ser puristas: la rueda de abajo es la solera, y también la bajera, y hasta la durmiente. La de arriba, volandera, volante, cimera, encimera, y hasta corredera. Y la rueda de molino puede ser la piedra de moler o la rueda hidráulica, sobre todo en las aceñas. Y el rodete también puede ser el rodezno. Las estrías que se pican en las piedras son los rayones, y también las canales, o los cordones. El eje puede ser el huso, o el juso, o el parahuso. La nadrija también puede ser la cubija, o el aspa. Y así por delante iremos tratando de reseñar los diferentes nombres que puede tener cada cosa, aún sabiendo que difícilmente se puede conseguir conocerlos todos...
Todo anterior no es más que una puntualización (¡extensa!) acerca del vocabulario molinero. Tiene que ver con las entradas anteriores, y también con las que vendrán después; pero no deja de ser una especie de nota marginal a lo que pretende ser, entrada tras entrada, una exposición ordenada del funcionamiento de nuestros molinos, pensada para que pueda seguirse saltándose las Puntualizaciones; en éstas cabrá, así, fárrago y cotilleo, y cada varias entradas "serias" habrá una Puntualizando.
Puntualizaciones y cotilleo, cosas quizá no tan importantes pero que llaman la atención. Por ejemplo, que las ruedas pequeñas de molinuco no tienen perforaciones en su perímetro; es decir, que no se levantaban con el sistema de cabria, horquilla y husillo. Y ya no está Manuel, el molinero, para contarnos cómo se las arreglaba para voltear una piedra "pequeña" (de 200 o 300 kilos), ¡y con cuidado para no romperla!
Aunque otras cosas que ya no puede decirnos Manuel, a veces nos las dice un oportuno dibujo.



¡Cuántos nombres! Habría que ir a vivir a otra época para aprender a usarlos todos bien ¡Qué interesante!
ResponderEliminarSí. Y la cuestión está en saber en qué época, y en qué región... y casi, casi, en qué molino. Da la impresión de que el vocabulario era muy diverso en función de esos factores, y tal vez de alguno más...
ResponderEliminar¡Fascinante! Qué buena labor esa de divulgar vocabulario que de otra manera se perdería (o sería substituido por otras palabras, como "Tiktok" o qué sé yo)
ResponderEliminarEl vocabulario se pierde cuando nombra cosas que ya no existen, y las cosas dejan de existir cuando se las desconoce. ¿Es ese el camino que llevann los molinos?
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