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martes, 8 de noviembre de 2022

...para mover las piedras...

   Manuel, el molinero, se dispone a picar las piedras de moler. Para ello tiene que levantar la volandera y volverla del revés. Con unos sencillos movimientos de la cabria colocará los agujeros de los extremos de la horquilla de tal modo que, pasando un cáncamo a través de ellos, se hinquen en los que hay en la piedra para que ésta quede sujeta. Ahora solo queda levantar la piedra con el husillo, y voltearla. Nada comparable, recuerda Manuel, con los tiempos en que volteaba la rueda a puro brazo, con ayuda de un madero. Claro que las piedras de entonces no pesaban ni la mitad que esta, pero aún así. Manos de herrero y espalda de molinero, ya lo dice el refrán. A ver si inventan también una máquina que cargue con los sacos, piensa Manuel.


  La cabria que se usa en los molinos viene a ser una robusta escuadra de madera que puede girar según su eje vertical, y en el extremo del horizontal hay un husillo del que cuelga una horquilla de hierro con agujeros en sus dos extremos. Haciendo coincidir esos agujeros con los de la piedra e introduciendo sendos pasadores, la piedra queda sujeta y se la puede levantar o bajar con ayuda del husillo.
  En esta fotografía del molino de la Ermita de la Guía, en Oreña, los agujeros de la horquilla están casi enfrente de los de la piedra. Bastará con bajar y girar un poco la horquilla para que puedan insertarse los pasadores.


  El husillo es una varilla roscada que atraviesa el madero horizontal de la cabria, cerca de su extremo. Girando la tuerca que hay por encima del madero se puede subir o bajar un gran peso sin mucho esfuerzo. El de la foto es el husillo de la cabria del molino de Cades.

  El sencillo mecanismo de la cabria resulta muy visible en cualquier sala de molienda que se conserve, o que haya sido restaurada, Mucho menos llamativo es el mecanismo esencial del molino, el que transforma el movimiento del agua en giro de la piedra volandera: el agua hace girar una rueda hidráulica que comparte eje con la rueda volandera. Así es en los molinos de eje vertical, que en Cantabria son todos los que conservan el mecanismo más o menos reconocible (también los hubo con rueda de eje horizontal, y de ellos diremos algo cuando tratemos de la gestión del agua, en otra futura entrada).


    En la foto vemos desde abajo dos ruedas soleras, apoyadas en gruesas vigas o durmientes, y los ejes que llegan a los ojos respectivos.
  La piedra solera, una vez centrada y nivelada, ya no se moverá más (de hecho, en algunos molinos ni siquiera se picaba, tal vez por temor a desestabilizarla). Pero a través de su agujero central pasa el eje de giro del sistema rueda hidráulica/rueda volandera. El giro debe ser lo más libre que se pueda, pero al mismo tiempo se ha de asegurar que el grano no se cuele por el hueco. En los molinos más modernos, ambas funciones las cumple un cojinete de bolas; en los más tradicionales, el eje de madera podía llenar casi completamente el ojo de la solera, en cuyo caso se lubrificaba con estopa o arpillera empapada en sebo; o, si el eje era más delgado, se llenaba el espacio con un taco de madera, troncocónico o cilíndrico, atravesado por el eje ensebado.


  El árbol del eje (la porción gruesa, que es la mayor parte de su longitud), no llega hasta la piedra volandera, cuyo ojo debe dejar pasar el grano de la molienda; de modo que la volandera se apoya en una pieza de hierro, la nadrija, que a su vez está atravesada por la espada, que está hincada en el árbol del eje y es, en rigor, su continuación. En la mesa de la foto (en un paraje público próximo a La Fuentona de Ruente) puede verse la nadrija, en lo que sería la parte inferior de la rueda volandera.  Os emplazamos a buscar , en fotos de la entrada anterior,el hueco que para la nadrija se esculpía en la cara de molienda de cada piedra volandera.


  Obsérvese que el agujero central de la nadrija es rectangular, correspondiéndose con la sección de la espada, y pudiendo transmitir así el movimiento de giro del eje. Vemos también como parte del ojo (que ahora está lleno de argamasa) dejaba pasar el grano. La espada se desmontaba antes de levantar la piedra con la cabria para picarla.

  La distancia que debe haber entre ambas muelas varía según los resultados que se quieran obtener (harina panificable, triturado para pienso, etc.), y debe ajustarse con precisión milimétrica. Además, el desgaste de las piedras hace que se vayan separando. Es necesario, por tanto, un mecanismo para ajustar la distancia entre las ruedas.


  En el molino de Beranga (cuya moderna maquinaria ha estado activa hasta hace pocos años) podemos ver el mecanismo para regular la distancia entre las piedras: un fleje de acero debajo del rodete, que hacia el lado derecho tiene forma de pequeño codo o talón que se apoya en el suelo duro, y hacia el lado izquierdo enlaza con una varilla vertical, cuyo extremo está en la sala de molienda. Si sube la varilla, el conjunto rodete/eje/volandera se eleva y las piedras se separan; si baja la varilla, el conjunto desciende por su propio peso, y las piedras se acercan.

  Lo que respecta a la llegada de agua al rodezno lo trataremos en una posterior entrada de este blog.


  La varilla está roscada, con lo que su subida o bajada puede controlarse finamente desde la sala de molienda gracias a una tuerca que, en este molino de La Cueva, en Róiz, tiene forma de volante. Pueden verse tres, que corresponden a los tres pares de ruedas. En molinos antiguos, como este, la varilla gobernaba la altura del puente: un madero horizontal que en uno de sus extremos estaba unido al muro del molino, y en el que se apoyaba el eje. Para evitar rozamientos excesivos (y también para evitar que el giro del eje fuera perforando el puente), el contacto entre el eje y el puente se hacía entre piezas de bronce, una especie de quicio: los gurrones, o gorriones.


  La rueda hidráulica (rodete, o rodezno) en principo era de madera, y en Cantabria, que yo sepa, no se conserva ninguna original. Seguramente podrían parecerse a una rueda de carro con álabes en lugar de radios; como la de hierro que se ve en la foto, del molino de La Casona de Nestares. Es posible que también las hubiera sin aro perimetral; más endebles, pero más fáciles de construir y reparar.


  Hacia los años sesenta del siglo pasado, la mayor parte de los molinos de Cantabria habían cesado en su actividad o la mantenían de forma precaria. Aún así, se estaban aplicando avances técnicos como el que podemos ver en este antiguo molino de Soto de la Marina: los rodetes han sido sustituídos por turbinas de presión, cuyo rendimiento es mayor. O, dicho en otras palabras: con un flujo de agua menor se consigue el mismo resultado.

Enlazamos así el final de esta entrada con la que dedicaremos al importante aspecto de la gestión del agua.

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