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miércoles, 23 de noviembre de 2022

La sala de molienda

   Cuando llegó Juanín, el molino ya estaba en marcha. Desde fuera se oía el triquitraque de la cítola, débil entre el rugido del agua. "El molino no ha menester ruido, pero no puede pasar sin él", como decía güelo, que era muy refranero.

  Empujó la puerta, y ahí estaba el señor Manuel, cargando maíz en la tolva.


 A la derecha, el celemín. La caja pequeña de la izquierda puede ser el maquilero. Del molino de Orzales (Campoo de Enmedio)

 Juanín no está seguro de si el señor Manuel le cae bien o mal. Porque, como decía el abuelo, "de molinero a ladrón no hay más que un escalón". Por eso, no dejará de vigilar mientras Manuel mide el maíz con el celemín y hunde en él el maquilero. "Cuida que no maquile dos veces", le ha dicho madre; y Juanín contempla, muy serio, la operación. "En cuanto se vacíe la tolva molemos lo tuyo", dice Manuel, y le sonríe. "Puedes salir al huerto si quieres, mira a ver si queda alguna manzana". Juanín niega con la cabeza, y la sonrisa se borra de la cara de Manuel. Sabe que Juanín ha tenido que hacer una buena caminata, y otra que hará de vuelta, más lo que dure la molienda. Por eso sale al huerto y vuelve con una manzana que entrega a Juanín. Que, ahora sí, sonríe antes de dar el primer mordisco.


La Molina (Hijas, Puente Viesgo)

  La sala de molienda suele ser oscura y más bien pequeña, con el suelo a dos niveles con una diferencia de dos o tres escalones. En el nivel superior están las muelas, que hacen la harina; y ésta cae y se recoge en el nivel inferior. Las muelas no están visibles (salvo que las estén picando), porque las cubre un tambor o guardapolvo, en forma de cilindro o prisma chato. y sobre él se posa el burro o castillete, que es un armazón que sostiene la tolva.


La Molina (Celucos, Rionansa)

  La tolva tiene forma de pirámide invertida, con un agujero en el lugar del vértice. El grano sube hasta ella sobre la espalda del molinero, y, una vez allí, cae por el agujero sobre la canaleta, y de allí al ojo de la piedra volandera. El ritmo al que cae el grano  debe ser tal que en el ojo siempre haya grano , pero sin que rebose. El aporte debe ser continuo para que siempre haya entre las piedras una delgadísima capa de harina, la cama, de modo que no lleguen a rozarse.


Orzales (Campoo de Enmedio)

  Para lograr que el aporte de grano sea el adecuado se regula la inclinación de la canaleta con un cordel que se acorta o alarga gracias a un torno o carrete unido al burro.


"La Fábrica" (Oruña de Piélagos)

  Y el movimiento del grano que cae por la canaleta lo facilita la vibración que produce la cítola, que es una prolongación del eje con sección de polígono o de rueda de carraca; al girar da pequeños golpes a la canaleta, y produce un ruido característico (al que debe alguno de sus nombres: carraca, triquitraque...). Ya solo con el ruido de la cítola, el molinero que conoce su molino sabe si la rueda gira a la velocidad adecuada.


Una piquera del molino de Serranera (Oreña, Alfoz de Lloredo)

  Una vez llena la tolva y ajustada la canaleta, el proceso es automático, y la harina irá cayendo por la piquera (o teja...) al arnal (o arnero, harinero, blandeal...), que es un cajón situado bajo ella en el nivel inferior de la sala de molienda; o a un saco o recipiente.


Mando del alivio, (o elevador) del La Molina (Hijas, Puente Viesgo)

  En una entrada anterior ["...para mover las piedras"] vimos la importancia de la distancia entre las muelas, y cómo se regula mediante el "alivio". El mando para ello está en la sala de molienda.


En el centro de la foto, la llave con la que se controla el chorro de agua que mueve el rodete (La Molina, Hijas, Puente Viesgo)

  Igualmente importante es la velocidad de giro de la volandera; que es la misma que la del rodete, y que depende de la fuerza del chorro de agua que lo mueve. Si el giro es muy rápido, las muelas se calientan demasiado y disminuye la calidad de la harina, que puede llegar a tostarse. El chorro de agua se controla desde la sala de molienda mediante la llave, cuyo mecanismo veremos más en detalle en otra entrada posterior, en la que trataremos sobre lo que algunos llaman "sala de rodetes": el cárcavo (o estolda, o infierno...), que está debajo de la sala de molienda.

  Y hasta entonces,  "Dios nos libre y nos defienda del que hace mala molienda".


martes, 15 de noviembre de 2022

Puntualizando, I

-¿Sabes, Catalina? Estuvo en el molino el forastero ese que anda por el pueblo preguntando.

  -¿Y te preguntó?

  -Pues que cómo se llamaba cada cosa. Las muelas, y la tolva, y todo eso. Hasta por el ventano preguntó.

  -¿Y le dejaste contento?

  -Casi. Que cómo se llamaban la rueda de abajo y de arriba, y le dije que así: de abajo y de arriba.

  -¡Pero qué tocho eres, Manuel! ¿Cómo no van a tener nombre? Y más de uno: la solera, la bajera. Y la volandera...

  -La volandera sí que lo tenía oído, pero me pensaba que era un nombre como de risa, pa'entre nosotros. ¡Como con la de abajo y de arriba nos entendíamos...!

  -¡Pa'que nos entendieras lo decíamos así! ¿Y qué más tochadas le dijiste?

  -Pos alguna más le diría, ¿qué sé yo? Que cómo se llamaba el tambor, quería saber.

  -Pos tambor le dirías, claro.

  -Le dije que no se llamaba nada. ¿O sea que lo de tambor también iba en serio?

  -¡Me valga San Pedro, pero con quien m'he casao yo!

  -Pos con uno que de molinería no sabía más que cargar sacos, y poco más voy sabiendo, por lo que se ve.

  -¡Calla, calla, que me haces reír! Si habría hablao con padre...

  -O contigo, mismamente.

  -Pos mira, eso tiene arreglo. ¿Y es guapo?

  -Ya salió la molinera refitolera.

  -Calla, tonto, y dame un abrazo, que nadie nos ve.


  El diálogo anterior es imaginario, claro, pero puede que corresponda a una realidad bastante extendida.

  Esto cuenta el etnolingüista Ángel R. Fernández González en su tesis doctoral "El habla y la cultura popular de Oseja de Sajambre", de 1957, cuando todavía quedaban muchos molinos funcionando por toda España; y aunque Sajambre no es Cantabria, puede suponerse que por aquí la cosa no sería muy diferente. Para empezar, porque el oficio de molinero no siempre era de los que pasaban de padres a hijos, ya que muchos molinos funcionaban en régimen de arriendo o de aparcería. Además, coexistían molinos con diferente grado de tecnificación: entre la maquinaria de un molinuco y la de un molino de turbinas la diferencia era bastante sustancial, y también, por tanto, el léxico  correspondiente. Y si añadimos que, como en cualquier otro aspecto de la vida, el habla tiene peculiaridades locales, se entiende que en una actividad casi desaparecida, como es la molinería, cualquier intento de rescatar y sistematizar el léxico es labor imposible, o casi. En otras palabras: la tradición oral es casi inexistente, y el léxico que empleamos nos llega más que nada de lo que otros han escrito. Así que no intentaremos ser puristas: la rueda de abajo es la solera, y también la bajera, y hasta la durmiente. La de arriba, volandera, volante, cimera, encimera, y hasta corredera. Y la rueda de molino puede ser la piedra de moler o la rueda hidráulica, sobre todo en las aceñas. Y el rodete también puede ser el rodezno. Las estrías que se pican en las piedras son los rayones, y también las canales, o los cordones. El eje puede ser el huso, o el juso, o el parahuso. La nadrija también puede ser la cubija, o el aspa. Y así por delante iremos tratando de reseñar los diferentes nombres que puede tener cada cosa, aún sabiendo que difícilmente se puede conseguir conocerlos todos...


  Todo anterior no es más que una puntualización (¡extensa!) acerca del vocabulario molinero. Tiene que ver con las entradas anteriores, y también con las que vendrán después; pero no deja de ser una especie de nota marginal a lo que pretende ser, entrada tras entrada, una exposición ordenada del funcionamiento de nuestros molinos, pensada para que pueda seguirse saltándose las Puntualizaciones; en éstas cabrá, así, fárrago y cotilleo, y cada varias entradas "serias" habrá una Puntualizando.

  Puntualizaciones y cotilleo, cosas quizá no tan importantes pero que llaman la atención. Por ejemplo, que las ruedas pequeñas de molinuco no tienen perforaciones en su perímetro; es decir, que no se levantaban con el sistema de cabria, horquilla y husillo. Y ya no está Manuel, el molinero, para contarnos cómo se las arreglaba para voltear una piedra "pequeña" (de 200 o 300 kilos), ¡y con cuidado para no romperla!

  Aunque otras cosas que ya no puede decirnos Manuel, a veces nos las dice un oportuno dibujo.


"Picando el molino" (grabado según dibujo de F. Pradilla) apareció en el número del 30 de julio de 1874 del semanario "La Ilustración española y americana". Representa el interior del molino de Noya, en Galicia. No sabemos cuánto hay en él de búsqueda de pintoresquismo, pero contiene, sin duda, realidades. Como, por ejemplo, las tremendas cabrias, horquillas y husillos de madera. A veces, la tecnología es más antigua de lo que nos hace suponer el aspecto actual (o reciente) de las máquinas...

  ¿Cuántas cosas más nos estamos perdiendo? Por ejemplo: ¿cómo eran los molinos de viento que existieron en Cantabria? Si existiera un buen dibujo...


  En Santander, allá lejos, la silueta esbelta de un molino de viento que dominaba la ciudad. Apareció este grabado en el número del 23 de junio de 1849 del semanario "La Ilustración", de Madrid. Demasiado acostumbrados a verlo, a nadie se le ocurrió dibujar en detalle aquella máquina. Tal vez, con una descripción...

  Dice Matilde Camus (en su "Historia del lugar de Cueto") que en un antiguo manuscrito pudo localizar la descripción de "dos molinos de viento de pequeño tamaño sitos en el Cabo Menor, cuyas aspas están colocadas en ángulo y se cambian según sople el viento para mayor utilidad. Descansan sobre puntal de piedra, en rústico." Bueno, decimos nosotros, a partir de eso imágínatelos como puedas.

  Y cuántas cosas más que hay que imaginarse. El puente, de madera, siempre mojado, lo primero que se pudre cuando se abandona el molino a su suerte... Sabemos que ese era el sistema, pero no hemos podido fotografiar ninguno. Los rodeznos de madera, y tantas otras piezas que se conservan con dificultad, o no se conservan casi ni en la memoria... O, quién sabe, tal vez olvidada en algún sitio hay una foto, un dibujo del natural...

martes, 8 de noviembre de 2022

...para mover las piedras...

   Manuel, el molinero, se dispone a picar las piedras de moler. Para ello tiene que levantar la volandera y volverla del revés. Con unos sencillos movimientos de la cabria colocará los agujeros de los extremos de la horquilla de tal modo que, pasando un cáncamo a través de ellos, se hinquen en los que hay en la piedra para que ésta quede sujeta. Ahora solo queda levantar la piedra con el husillo, y voltearla. Nada comparable, recuerda Manuel, con los tiempos en que volteaba la rueda a puro brazo, con ayuda de un madero. Claro que las piedras de entonces no pesaban ni la mitad que esta, pero aún así. Manos de herrero y espalda de molinero, ya lo dice el refrán. A ver si inventan también una máquina que cargue con los sacos, piensa Manuel.


  La cabria que se usa en los molinos viene a ser una robusta escuadra de madera que puede girar según su eje vertical, y en el extremo del horizontal hay un husillo del que cuelga una horquilla de hierro con agujeros en sus dos extremos. Haciendo coincidir esos agujeros con los de la piedra e introduciendo sendos pasadores, la piedra queda sujeta y se la puede levantar o bajar con ayuda del husillo.
  En esta fotografía del molino de la Ermita de la Guía, en Oreña, los agujeros de la horquilla están casi enfrente de los de la piedra. Bastará con bajar y girar un poco la horquilla para que puedan insertarse los pasadores.


  El husillo es una varilla roscada que atraviesa el madero horizontal de la cabria, cerca de su extremo. Girando la tuerca que hay por encima del madero se puede subir o bajar un gran peso sin mucho esfuerzo. El de la foto es el husillo de la cabria del molino de Cades.

  El sencillo mecanismo de la cabria resulta muy visible en cualquier sala de molienda que se conserve, o que haya sido restaurada, Mucho menos llamativo es el mecanismo esencial del molino, el que transforma el movimiento del agua en giro de la piedra volandera: el agua hace girar una rueda hidráulica que comparte eje con la rueda volandera. Así es en los molinos de eje vertical, que en Cantabria son todos los que conservan el mecanismo más o menos reconocible (también los hubo con rueda de eje horizontal, y de ellos diremos algo cuando tratemos de la gestión del agua, en otra futura entrada).


    En la foto vemos desde abajo dos ruedas soleras, apoyadas en gruesas vigas o durmientes, y los ejes que llegan a los ojos respectivos.
  La piedra solera, una vez centrada y nivelada, ya no se moverá más (de hecho, en algunos molinos ni siquiera se picaba, tal vez por temor a desestabilizarla). Pero a través de su agujero central pasa el eje de giro del sistema rueda hidráulica/rueda volandera. El giro debe ser lo más libre que se pueda, pero al mismo tiempo se ha de asegurar que el grano no se cuele por el hueco. En los molinos más modernos, ambas funciones las cumple un cojinete de bolas; en los más tradicionales, el eje de madera podía llenar casi completamente el ojo de la solera, en cuyo caso se lubrificaba con estopa o arpillera empapada en sebo; o, si el eje era más delgado, se llenaba el espacio con un taco de madera, troncocónico o cilíndrico, atravesado por el eje ensebado.


  El árbol del eje (la porción gruesa, que es la mayor parte de su longitud), no llega hasta la piedra volandera, cuyo ojo debe dejar pasar el grano de la molienda; de modo que la volandera se apoya en una pieza de hierro, la nadrija, que a su vez está atravesada por la espada, que está hincada en el árbol del eje y es, en rigor, su continuación. En la mesa de la foto (en un paraje público próximo a La Fuentona de Ruente) puede verse la nadrija, en lo que sería la parte inferior de la rueda volandera.  Os emplazamos a buscar , en fotos de la entrada anterior,el hueco que para la nadrija se esculpía en la cara de molienda de cada piedra volandera.


  Obsérvese que el agujero central de la nadrija es rectangular, correspondiéndose con la sección de la espada, y pudiendo transmitir así el movimiento de giro del eje. Vemos también como parte del ojo (que ahora está lleno de argamasa) dejaba pasar el grano. La espada se desmontaba antes de levantar la piedra con la cabria para picarla.

  La distancia que debe haber entre ambas muelas varía según los resultados que se quieran obtener (harina panificable, triturado para pienso, etc.), y debe ajustarse con precisión milimétrica. Además, el desgaste de las piedras hace que se vayan separando. Es necesario, por tanto, un mecanismo para ajustar la distancia entre las ruedas.


  En el molino de Beranga (cuya moderna maquinaria ha estado activa hasta hace pocos años) podemos ver el mecanismo para regular la distancia entre las piedras: un fleje de acero debajo del rodete, que hacia el lado derecho tiene forma de pequeño codo o talón que se apoya en el suelo duro, y hacia el lado izquierdo enlaza con una varilla vertical, cuyo extremo está en la sala de molienda. Si sube la varilla, el conjunto rodete/eje/volandera se eleva y las piedras se separan; si baja la varilla, el conjunto desciende por su propio peso, y las piedras se acercan.

  Lo que respecta a la llegada de agua al rodezno lo trataremos en una posterior entrada de este blog.


  La varilla está roscada, con lo que su subida o bajada puede controlarse finamente desde la sala de molienda gracias a una tuerca que, en este molino de La Cueva, en Róiz, tiene forma de volante. Pueden verse tres, que corresponden a los tres pares de ruedas. En molinos antiguos, como este, la varilla gobernaba la altura del puente: un madero horizontal que en uno de sus extremos estaba unido al muro del molino, y en el que se apoyaba el eje. Para evitar rozamientos excesivos (y también para evitar que el giro del eje fuera perforando el puente), el contacto entre el eje y el puente se hacía entre piezas de bronce, una especie de quicio: los gurrones, o gorriones.


  La rueda hidráulica (rodete, o rodezno) en principo era de madera, y en Cantabria, que yo sepa, no se conserva ninguna original. Seguramente podrían parecerse a una rueda de carro con álabes en lugar de radios; como la de hierro que se ve en la foto, del molino de La Casona de Nestares. Es posible que también las hubiera sin aro perimetral; más endebles, pero más fáciles de construir y reparar.


  Hacia los años sesenta del siglo pasado, la mayor parte de los molinos de Cantabria habían cesado en su actividad o la mantenían de forma precaria. Aún así, se estaban aplicando avances técnicos como el que podemos ver en este antiguo molino de Soto de la Marina: los rodetes han sido sustituídos por turbinas de presión, cuyo rendimiento es mayor. O, dicho en otras palabras: con un flujo de agua menor se consigue el mismo resultado.

Enlazamos así el final de esta entrada con la que dedicaremos al importante aspecto de la gestión del agua.