Si en todos los casos nos satisface ver los molinos que sobreviven y sentimos pena por los que se han perdido o se están perdiendo, estas sensaciones son más vivas si cabe en el pueblo de La Fuente; y no solo por lo que se toca, las piedras; sino también por las vivencias, los recuerdos que aún persisten. Lo iremos viendo.
A mediados del siglo XVIII había, según el Catastro del Marqués de la Ensenada, "onze molinos arineros que muelen con una rrueda sobre el rio que vaja por este lugar"; es decir, el río de La Fuente, o de La Bárcena. Ciertamente, eran muchos para un pueblo que tenía, por entonces, menos de setenta casas. No se conservan todos esos molinos, claro, pero sí un buen número de ellos, en muy diferentes estados de conservación. Además, no todos están sobre el río "que vaja por este lugar"; también sobre sus afluentes: el arroyo Garmasín y el de La Fuente de la LLosa.
Aguas arriba del pueblo, junto al arroyo Garmasín, están las ruinas de un molino de buen tamaño, tan invadidas por la vegetación que no lo hubiéramos encontrado sin ayuda. Fue Hilario, un vecino del pueblo, quien nos guió hasta él; por aquellos mismos caminos que pisábamos, nos dijo, había ido el molinero, un hombre ciego que se ayudaba con un palo largo como el astil de una rastrilla, y que atendía el molino tanto de día como de noche, que para él eran iguales.
Todavía se reconoce le lugar en que estuvo la presa (arriba) y una corta calcera (hacia la derecha), que termina en una pequeña antepara, en la parte trasera del molino.
Desde el interior de la ruina se diferencian claramente el muro de la sala de molienda y el inferior, más grueso, sobre el que sin duda se apoyaba el piso de madera que sostenía las muelas. En el nivel inferior, el arco del cárcavo.
A pesar de su estado ruinoso, la fachada del molino ofrece esta bella estampa.
Ya en el pueblo, este molinuco (de La Molinera, o de Bejar) está, hasta donde puede verse, bien conservado. No hemos podido acceder al interior, puesto que nadie en el pueblo tiene la llave.
El cárcavo se abre al exterior por un arco escarzano, de buena piedra de sillería.
En el cárcavo, el puente, de madera, y el rodezno, de acero, están en buen estado. Solamente la paleta de cierre del saetillo está inservible.
La piedra solera está apoyada en maderos y equilibrada con cuñas, también de madera. Todo el conjunto se apoya en lo que parecen trozos de raíles; el aspecto general es sólido y bien conservado. Puede verse más información sobre este molino en
https://www.valledelnansa.org/pdi/la-molinera-de-lafuente
A poca distancia aguas abajo, y aprovechando las mismas aguas, el molino de Valentín estaba en este grupo de casas. En su trasera pueden verse aún la antepara y parte de la calcera.
La antepara del Molino de Valentín, pequeña pero profunda, es de buena piedra de sillería.
También de sillería es la calcera, y sobre ella vemos una rueda de tamaño mediano.
Nada más que esto queda del Molino de Covatos: solo es visible una pared del nivel inferior; en ella se abre el arco del cárcavo, y éste ha sido rellenado. Los vecinos lo recuerdan como un molino de dos piedras. En
https://www.valledelnansa.org/pdi/molino-de-covatoscobatos puede verse más información, y de ella se desprende claramente hasta qué punto la destrucción de ls molinos es un peligro real.
Según nos informan los vecinos, debió haber aguas abajo un segundo molino de Covatos, del que no queda más resto que un montón informe de piedras.
La fuente que da nombre al pueblo es una importante surgencia kárstica (La Llosa); de ella surge un arroyo que atraviesa el barrio de la Iglesia y desemboca en el río de La Fuente, o de la Bárcena; y en él se hallan tres molinos. Joaquín, un vecino del mismo barrio, nos guió por ellos. ¡Gracias, Joaquín!
El primero es el molino que llaman de la Llosa. Es un edificio pequeño, construido en la fuerte pendiente de la orilla del arroyo que se despeña junto a él, y apoyado en un muro de contención que se abre por un arco de medio punto. En el frente del molino, el tejado se prolonga en una tejavana, bajo la que puede verse un viejo tambor o guardapolvo.
En la fachada posterior está la entrada de agua, con una corta calcera, prácticamente sin antepara. Seguramente, el aporte de la fuente de La Llosa era suficientemente regular como para hacerla innecesaria.
La boca del cárcavo, que puede verse debajo de la tejavana, se abre bajo un interesante arco llano, sobre el que hay un arco de descarga, todo ello construido con piedras sin desbastar apenas.
En el interior del cárcavo, parcialmente empalagado de barro, el rodezno y el puente están en buen estado. Desde la tronera debió haber un saetillo, tal vez de madera.
En el interior están las piedras, de mediano tamaño, y la cabria, aparentemente en buen estado.
El mecanismo del molino, mediante engranajes y una correa de transmisión, movía también las herramientas de un banco de carpintería, que puede verse aún bajo la tejavana. Hay más información sobre este molino en
https://www.valledelnansa.org/pdi/molino-de-la-llosa
En una vivienda de construcción relativamente moderna, más abajo de la iglesia, puede verse este par de piedras que, al parecer, pertenecieron al molino que acabamos de describir. Son de mediano tamaño, y sin duda se retiraron cuando su desgaste las llevó al final de su vida útil.
Aguas abajo del molino anterior y el que vemos en la fotografía hubo otro, cuyas ruinas están casi cubiertas por la vegetación; y, ya casi en la desembocadura del arroyo de la Fuente de la Llosa en el río de La Fuente, o de La Bárcena, este tercer molino nos sorprende por la belleza de su estampa; y nos reserva alguna sorpresa más.
En la parte trasera hay una pequeña antepara, tapada con maderos.
Desde el pueblo se accede al molino por una empinada cuesta. La hija del último molinero recuerda el trasiego de los sacos de grano y de harina, y también el miedo que pasaba cuando en la oscuridad de la noche tenía que ir a parar el molino... La entrada está en un lateral, protegida por un voladizo.
Esculpido en el dintel, un dístico nos informa de que este molino fue reedificado en 1862.
El cárcavo, que se abre por un arco de medio punto, está vacío. Desde su interior vemos la parte de abajo de la piedra solera, más bien pequeña, apoyada sobre maderos y equilibrada con cuñas.
Pero lo más notable es lo que se encuentra en la sala de molienda: aquí están los mecanismos que echábamos en falta en el cárcavo. Un bello rodezno de acero, y lo demás. El arnero, de obra, como recién encalado. La piedra volandera, girada y colgada de la cabria como para ser picada...
...a la izquierda, el árbol, o eje; al fondo, el tambor o guardapolvo...
...al fondo, el burro y la tolva. La piedra volandera, como recién picada. En suma: cuando se decidió a parar el molino, el último molinero desmontó y ordenó sus piezas, como quien al llegar la primavera ordena la ropa de invierno en un armario. ¡Qué diferente de los cárcavos con mecanismos podridos, que hemos visto en tantos otros molinos!